
Shoko Sugimoto, basándose en su amplia experiencia sexual, decidió abrir un salón de masajes que trata tanto el cuerpo como el alma.
A ella se unió su mano derecha, Chuck, un joven masajista especializado en trabajar con mujeres. Juntos, trabajaron duro para preparar la inauguración y poder ofrecer a sus clientes el mejor servicio posible. Y así llegó el día de la inauguración.
Los primeros clientes fueron la pareja Otona, que vivía en Tokio.
Parecían dignos, pero había cierta inquietud reflejada en sus rostros...